Estoy en un monte y un río, pinos y setas, sol frío de invierno…
Estoy esperándome, atendiéndome, esperándome…
Hace muchos muchos años la princesa fue expulsada de palacio. La princesa lo aceptó, porque no sabía muy bien qué tenía que hacer.. las princesas buenas no se quejan al rey, y las malas son expulsadas así que… no había solución, y la princesa se fue.
Ese día, por primera vez en los caminos, se encontró con las arañas, y como la única que había visto era la del palacio, de cristal musical, pensó que era parte del destierro, del castigo, para recordarle que no había sabido estar en su sitio… o no era así?
La princesa quiso preguntar, saber si había estado en su sitio o había hecho algo tan grave, pero todo lo que oía eran voces que murmuraban: murmuraban sobre todo, y sobre todos. La princesa tuvo miedo de que murmuraran de ella, y aún peor, del rey, así que tomó varias decisiones:
No contar nada.
No preguntar nada.
No seguir siendo una princesa.
Bueno, esto último es difícil, cuando una princesa se disfraza siempre se le nota algo en las maneras, en el hablar.. así que además del disfraz la princesa tuvo que hacerse un modo distinto de vivir.
Su voz dejó de ser dulce.
Sus manos dejaron de buscar cariño.
Sus ojos dejaron de fijarse en los príncipes.
Sus sueños dejaron de tener un futuro hogar en donde gobernar.
La princesa disfrazada empezó su vida escondida en los sitios más opuestos a lo que ella conocía. Decidió mimetizarse y con disciplina y dolor aprendió a tener malos modales, malas costumbres y malas compañías.
Un día la princesa olvidó quien era.
Su cara se volvió gris y sus manos temblorosas. Su casa estaba llena de bichos e intereses ajenos. Sus ojos se enturbiaron de un polvo perenne. Sus sueños se ahogaron porque no vivía en la realidad.
Los hijos que iba a tener, sorprendidos, llamaban de vez en cuando a la puerta de su casa, pero el olor les hacía insoportable la espera.
Así, parecía que la princesa nunca había existido. Así, parecía que el rey nunca se había equivocado.
Así, la princesa se dejó morir.
Pero ya sabemos que las princesas siempre lo son, y que por mucho que lo eviten, siempre acaban haciendo alguna princesada…
Así, sin darse cuenta, ella había cantado con voz dulce mientras trasteaba en las bodegas. Y sus manos habían acariciado alguna que otra tristeza ajena. Y si sus ojos se encontraban con un alma de niño, le salía un brillo de plata que iluminaba por un segundo la vida. Y sobre todo, se le notaba la princesez en que viviera donde viviera, intentaba que algo fuera mejor, o más bonito…
Así fue como la princesa olvidada de sí misma fue descubierta.
No fue fácil: aunque siempre había algun sabio mendigo entre la basura que le decía cuanto podía brillar, aunque las gatas parían a su lado buscando al calor de su vientre entumecido, aunque hasta algún mercader la intentaba comprar por su buen olor... ella no escuchaba.
Ni siquiera y sobre todo a sus hermanas, que le cantaban desde la luz del mar limpio… pero ella en su cueva pensaba que eran sirenas, y en medio del pesado sueño que vivía se miraba las piernas desgastadas, y no escuchaba.
Ella no escuchaba, pero poco a poco se le llenó el cuerpo de nostalgias, y la almohada repetía siempre los cantos de sus hermanas sirenas, y el espejo le empezó a recordar la cara de su madre, y le llegaron noticias de una nueva princesa nacida en un reino lejano… y empezó a soñar.
Y tenía sueños de alas, sueños de olas, sueños con besos a sapos, con niñas de colores, hasta que llegó un momento en que creyó que el sueño era posible, que era realidad.
Ese día saltó de la cama y no se vistió. Atolondrada y sucia salió a la calle evitando oler, buscando con sus oídos taponados un acorde que le dijera dónde, dónde está el sueño que me hace sonreír.. cerró los ojos a la nube, sintió que su madre le hacía cosquilas en los pies indicándole la dirección, y saltó, trepó, descendió barrancos, cayéndose a veces, perdiendo la noción del tiempo, dudando y parandose de tanto en tanto a tomar aire…
Y en cada parón aparecía una araña, y en cada duda un bello maleante, o una nube de polvo que la retrasaba y llenaba su cabeza, sus oídos.. Así no había manera de llegar!...
Con una disciplina interna que no recordaba, la princesa olvidada de sí misma olvidó casi todo: todo lo que había decidido en su vida no le servía para llegar, más bien para perderse. Todo lo que había aprendido era cómo ir hacia lo oscuro. Así que lo olvidó.
Solo recordó que habia un sueño hermoso en algún sitio, un sueño ajeno que ella quería contemplar, para ver algo distinto, para verse en algún sitio distinto..
Sin ropa y confusa, aún llevaba tanta suciedad que se podía confundir con cualquier otro ser, y con ese camuflaje y ese sueño en la cabeza pidio ayuda. Ayuda, ayuda, ayuda. Y el amor que perdió algún día la llevó a un camino seco y estrecho; un camino largo que solo tenía un principio y un final, pero que de vez en cuando brotaba en verdes por algún charco limpio y solitario.
La princesa se lavaba sin querer y queriendo, pues cuanto más limpia estaba más fácil se hacía la ruta, y aunque al principio no podía evitar lavarse al final buscaba con alegría donde darse otro chapuzón.. hasta que se le fue cayendo todo el polvo, todo el gris, toda la nube…
Al final del camino ya casi podía verse. Las voces de las sirenas empezaron a ser muy cercanas, y justo en la última esquina, tras el último charco de agua limpia, encontró la puerta de su sueño.
Asombrada y nerviosa, con pies de plomo y mucha vergüenza, la princesa abrió la puerta y miró.
La princesa olvidada de sí misma vió una niña de colores, que sonreía con su cabeza llena de plumas, sobre las olas del mar.
La princesa olvidada de sí misma dio un grito, porque esa cara le resultaba familiar, porque la había echado tanto de menos.
Y estiró la mano hacia la niña.
Y cuando tocó algo duro, comprendió:
La princesa olvidada de sí misma se reconoció, y supo que, al fin, estaba en casa.